....."… - Voy a cumplir cien años, y he visto cambiar todo, hasta la posición de los astros en el universo, pero todavía no he visto cambiar nada en este país –decía- . Aquí se hacen nuevas constituciones, nuevas leyes, nuevas guerras cada tres meses, pero seguimos en la Colonia …"


miércoles, 27 de enero de 2010

El diario de Ana Frank

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Martes 7 de marzo de 1944

Querida Kitty:
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Cuando recuerdo mi vida durante el año 1942, todo se me antoja irreal. La Ana que disfrutaba de esa existencia celestial era muy diferente a la que maduró entre estas paredes. Sí, era una vida celestial: admiradores en cada esquina, una veintena de amigas, no todas íntimas, desde luego, la predilecta de la mayoría de mis profesores, y mimada a más no poder por mis padres con bombones, con dinero para pequeños gastos… ¿Qué más pedir?
Tú te preguntarás como tenía a tanta gente prendada. Peter* cree que gracias a mis atractivos, pero no es del todo cierto. Los profesores encontraban ocurrentes mis salidas y mis observaciones; mi rostro era riente; mi sentido crítico, original y encantador. Yo era una coqueta incorregible y también divertida. Algunas de mis cualidades me hacían popular, es decir, la aplicación, la honestidad, la franqueza y la generosidad. Nunca le hubiera negado a un condiscípulo que copiase una de mis tareas; repartía las golosinas generosamente, y jamás fui vanidosa.
Toda esta admiración, ¿no ha hecho de mí una joven arrogante? Tuve la suerte de arrojada bruscamente a la realidad, y he necesitado más de un año para habituarme a una vida desprovista de toda admiración.
¿Mi reputación en la escuela? Fue así: siempre la primera en chacotear y gastar bromas, la eterna jaranera, nunca llorona ni caprichosa. Para que me acompañasen en bicicleta o ser objeto de una atención cualquiera, no tenía mas que levantar el dedo meñique.
A Ana, la escolar de entonces, la veo ahora como una chiquilla encantadora, pero muy superficial, que no tiene nada que ver conmigo. Peter, muy a propósito, ha dicho de mí:
- Cada vez que te veía, tenías al lado a dos muchachos o más, y una fila de muchachas. Reías siempre y eras constantemente el centro de la pandilla.
¿Qué queda de aquella muchacha? No he olvidado la risa ni las ocurrencias, y no me canso de criticar a la gente como antes, quizá más que antes; todavía soy capaz de flirtear si… quiero. Esa es la cuestión: me gustaría, por espacio de una velada, de algunos días o de una semana, volver a ser la de antes, alegre, aparentemente despreocupada. Pero al cabo de una semana, me sentiría saturada,
y vería con gratitud al primero que llegara y fuese capaz de hablar de algo que valiera la pena. Ya no necesito adoradores o admiradores seducidos por una sonrisa lisonjera, sino amigos cautivados por mi carácter y mi proceder. Comprendo que estas exigencias reducirían mucho mi círculo de íntimos, pero ¿Qué le vamos a hacer? Lo importante es conservar algunas personas sinceras a mi alrededor.
A pesar de todo, mi felicidad de 1942 tampoco era completa. Con frecuencia me sentía abandonada. Me movía demasiado de la mañana a la noche para pensar en ello, y me divertía cuanto podía. Consciente o inconscientemente, trataba de olvidar en vacío que sentía divirtiéndome así. Mientras que ahora miro las cosas de frente y estudio. Aquel período de mi vida terminó irrevocablemente. Los años de escuela, su tranquilidad y su despreocupación, nunca más volverán.
 Los he superado y ya no los deseo; sería incapaz de seguir pensando únicamente en la diversión; una pequeña parte de mí exigiría siempre cierta seriedad.
Puedo ver mi vida, hasta el año 1944, a través de una lupa despiadada. Primero, nuestra casa bañada de sol; luego, aquí desde 1942, el brusco cambio, las disputas, las reprimendas, etc. Me tomaron desprevenida, como si hubiera recibido un mazazo, y, para darme ánimo, me volví insolente.
La primera parte de 1943: crisis de lágrimas, soledad infinita, lenta comprensión de todos mis defectos que, graves ya, parecían agravarse aun más. Durante todo el día, hablaba a tuertas y derechas, tratando de poner a Pim** de mi parte. No lo conseguí. Me hallaba sola ante la difícil tarea de cambiarme a mi misma, con el fin de no seguir provocando reproches; porque estos me deprimían y me desesperaban.
La segunda parte del año fue un poco mejor; me transformé en jovencita, y los mayores comenzaron a tratarme más bien como uno de ellos. Empecé a reflexionar, a escribir cuentos. Por fin comprendí que los demás no tenían ya el derecho de utilizarme como una pelota de tenis, enviándome a un lado y a otro.
Decidí cambiar y formarme según mi propia voluntad. Pero lo más difícil fue confesarme que ni siquiera papá sería nunca mi confidente en todas las cosas. Ya no podía tener confianza en nadie, salvo en mi misma.
Después de año nuevo, otro cambio: mi anhelo… deseaba tener a un muchacho como amigo, y no a una muchacha. Había descubierto también la dicha, bajo mi caparazón de superficialidad y alegría. De tiempo en tiempo, al volverme mas seria, me sentía consciente de un deseo sin límites por todo lo que es la belleza y la bondad.
Y por la noche, en la cama, al terminar mis rezos con las palabras
“Gracias, Dios mío, por todo lo que es bueno, amable y hermoso”, mi corazón se regocija. Lo “bueno” es la seguridad de nuestro escondite, de mi salud intacta, de todo mi ser. Lo “amable” es Peter, es el despertar de una ternura que nosotros sentimos, sin osar todavía, ni el uno ni el otro, nombrarla o tan siquiera rozarla, pero que se revelará: el amor, el porvenir, la felicidad. Lo “hermoso” es el mundo, la naturaleza, la belleza, y todo cuanto es exquisito y admirable.
No pienso ya en la miseria, sino en la belleza que sobrevivirá.
He ahí una gran diferencia entre mamá y yo. Cuando se está desalentado y triste, ella aconseja:
- ¡Pensemos en las desgracias de mundo, y alegrémonos de estar al abrigo!
Y yo, por mi parte aconsejo:
- Sal, sal a los campos, mira la naturaleza y el sol, ve al aire libre y trata de reencontrar la dicha en ti misma y en Dios. Piensa en la belleza que se encuentra todavía en ti y a tu alrededor. ¡Sé dichosa!
En mi opinión, el consejo de mamá no conduce a nada, porque
¿qué hay que hacer cuando nos encontramos en desgracia? ¿No salir de ella? En tal caso, así estaríamos perdidos. En cambio, juzgo que volviéndonos hacia lo que es bello –la naturaleza, el sol, la libertad, lo hermoso que hay en nosotros– nos sentimos enriquecidos. Al no perder esto de vista, volvemos a encontrarnos en Dios, y recuperamos el equilibrio.
Aquel que es feliz puede hacer dichosos a los demás. Quién no pierda el valor ni la confianza, jamás perecerá en la calamidad.
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Tuya,
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......................................ANA

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*Peter: joven compañero de Ana durante su vida en el escondite.
**Pim: Apodo con el que Ana llamaba a su padre.

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“El Diario de Ana Frank"
Ana Frank.................
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